Hablando ayer con un colega mientras tomábamos unas cañas, noté cierta inquietud en sus gestos. No sé. Como una desazón amarga. Conversamos sobre temas de actualidad y de poesía. Su nariz me preguntaba
insistentemente sobre mi modesta agenda literaria -por los bolos, dijo sonriendo irónicamente-. Algunas cosas le comenté al respecto. De repente vi cómo le aumentaba el tamaño de los capilares de la cara. Quedé asombrado cuando de repente calló. Algo parecido a un trueno se barruntaba. Así fue, súbitamente su boca erupcionó como el Etna y dijo a modo de insulto: ¡¡Odiseo!! Encajé la ofensa y me enfadé, claro. Se marchó contento pero con ojos de cabra.
Pobrecito, no sabe el dulce daño que me hizo.
Firmado: Odiseo de Tosiria (Antonio Portillo Casado).